martes, 4 de octubre de 2011

Asustado

Asustado como un perrillo chico,
casi recién parido,
cuando su madre se aleja,
cuando no está cerca.

En un rincón cobijado
no puedes pasar más de quince años,
antes o después tendrás que decidirte
a cruzar el umbral de esa puerta.

Mira bien donde pones los pies.
Mira a ambos lados al cruzar,
te dicen, te dicen ve
pero no te dicen donde vas.

Entonces giras, paseas, caminas,
cantas, incluso robas si hace falta,
hasta caer rendido en un banco de una plazuela donde te relajas
y tomas agua de una fuente clara y duermes al aroma de Granada.

Y después vuelves a casa,
vuelves a casa solo, ahora,
vuelves a casa pronto,
vuelves antes de que sea tarde.

Y llegas a casa que te recibe de puertas abiertas
y allí trabajas y comes y descansas, y hablas y lees bonitas historias
y sales a dar una vuelta y te habrás percatado de que sigues dando vueltas
y ahora disfrutas las piruetas y casi sabes ya cuando viene la próxima.

Al final sus brazos - el cobijo que buscas -
te arropan en suave lana contra la que estrechar la mejilla
y derramar unas cuantas lágrimas de alegría
de las que reparan las almas.

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